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POR: Valentina De Solminihac

Hace más de 25 años que Héctor Acuña y su equipo se encargan del show pirotécnico de la Torre Entel para recibir el año nuevo. Ya tiene todo listo para el sábado.


A pocas horas de que terminara el año 2012 y cuando le quedaban solo algunas horas de vida, Adriana Lattapiat le mandó a decir a su hijo, Héctor Acuña, que pasara lo que pasara, ese 31 de diciembre él debía estar en su lugar. Y él le hizo caso.


Acuña estaba en la Torre Entel, haciendo las últimas coordinaciones del show de los fuegos artificiales que media hora más tarde tendría que encender, cuando le avisaron que su madre había muerto.


Acuña decidió seguir con su labor, la misma que realiza desde hace más de un cuarto de siglo y la misma que ejecutará la medianoche de este sábado, para dar la bienvenida a 2017.


“Subí a la torre y le conté a mi equipo. Les pedí que estuvieran alertas porque yo no sabía cuál iba a ser mi reacción porque era muy fuerte lo que estaba pasando, y si me cortaba que ellos siguieran. Pero lo hice increíblemente tranquilo. Después que terminó todo bajé a la Alameda, me senté en el suelo, en el bandejón central, lloré todo lo que tenía que llorar y cuando se despejó la calle partí a la clínica”.


Probablemente Lattapiat habría estado orgullosa y no habría querido que por ella su hijo faltara a uno de los compromisos más importantes del negocio familiar: la empresa más antigua de fuegos artificiales en Chile. Ella se había involucrado cien por ciento en el negocio, junto a su marido, quien a su vez lo había heredado de su padre, quien aprendió el oficio de un italiano que se vino a Chile huyendo de la Segunda Guerra Mundial.


-¿Cómo partió el negocio?


-Todo partió muy artesanal. Mi abuelo instaló una fábrica en Santiago y al poco tiempo se la llevó a Rengo, aprovechando un proyecto de industrialización en esa ciudad. Él murió joven y se hicieron cargo mi abuela y mi padre. Fabricaban fuegos chicos, que se vendían al público. Pero mi padre tenía un amigo, Rodolfo Soto – quien junto a Germán Becker fueron directores de los clásicos universitarios-, y a él se le ocurrió que los fuegos artificiales fueran parte de la escenografía. Como mi padre era un gran dibujante, él dibujaba lo que iban a presentar con los fuegos.


A mi papá le gustó más esa línea y formó su propia fábrica, dedicada a vender el espectáculo encendido. Cuando vino la ley que se terminaba la venta al público, el año 2000, fuimos la única fábrica que quedó.


-¿Cómo aprendió el oficio?


-Desde muy chico fui aprendiendo todo. Mi papá me mandaba a hacer cosas que nadie quería hacer y yo le preguntaba por qué tenía que hacerlas y él me decía si no aprendes nunca vas a poder mandar. Esto de los fuegos artificiales como que lo traía inyectado en el ADN. Siempre tuve claro que me iba a dedicar a esto.


De profesión soy Licenciado en Arte. También influenciado por mi padre, que dibujaba y pintaba. En la casa teníamos un taller donde había atriles, óleos. Creo que tuve primero pinceles que una pelota.


Mi padre me apoyó en la decisión y me hizo ver que como Licenciado en Arte podía hacer muchísimas cosas y así fue. Hice clases a grupos de adultos durante muchos años. Tuve un grupo de alumnas durante 18 años y les decía que iba a contratar un abogado para echarlas… En Santa Cruz -donde vivo- me construí un taller y llegué a hacerme un nombre. Pasando fin de año voy a diseñar una viña para turismo.


Trabajé en Estados Unidos decorando unos restoranes. Allá me ofrecieron quedarme, era una oferta muy atractiva, pero yo tenía claro que tenía que volver a hacerme cargo de la fábrica, ni lo pensé.


-¿Cuándo se hizo cargo de la fábrica?


-En 2006 mi papá se enfermó y ahí me hice cargo, con mi madre, que estaba muy metida en la fabricación, en las preparaciones de las mezclas, en la administración, importaciones, todo. Pero en 2010, que era un año muy especial, por el Bicentenario, en septiembre mi mamá me dijo que ellos llegaban hasta ahí con el negocio y entonces hicimos todos los trámites legales para que yo me hiciera cargo.


Ahí vi que había cosas demasiado artesanales, vi que había que ajustarse a los tiempos, usar más tecnología, ver la certificación 9001, en el diseño del espectáculo, en el montaje y fábrica. Viajé por primera vez a China -cuna de los fuegos artificiales- y empezamos a importar.


Desde entonces todos los años voy a comprar a China, como en marzo, con un compañero de trabajo, Benjamín Fuentes, que es como mi hermano chico, porque lleva 33 años en la empresa y mi papá lo formó. Vamos a Liuyang, una ciudad donde hay como mil fábricas de fuegos artificiales. La primera vez no pude dormir porque de repente la ventana se iluminaba porque estaban haciendo pruebas. Allí tienen un espacio como el Club Hípico, donde hacen las demostraciones, y le dicen este sector es para ti, pero uno no puede dejar de ver el de al lado.


-¿Ha cambiado mucho el negocio?


-Sí. Por ejemplo acá en la Torre Entel, hasta el año 2000 todo lo que se disparaba lo fabricábamos nosotros. El 2012 dejamos de fabricar y ahora importamos. Los primeros años aquí se prendía todo todo a mano, todo con fuego. Yo partía encendiendo, la primera serie, y después seguían otros. En 2010 empezamos a cambiar al sistema eléctrico y ahora es todo más controlado. Antes éramos 15 personas y ahora solo nos quedamos cinco personas en la torre la noche del 31.


-¿Cómo es pasar acá todos los 31 de diciembre?, ¿lo acompaña su familia?


-Mis hijas me han acompañado a otros espectáculos, y ahora ellas están a cargo, una en Pichilemu y otra en el Sheraton, que es muy especial porque fue mi primer trabajo a cargo. Mi esposa no me puede acompañar porque está con su mamá, que es anciana y delicada de salud. Lo que hacemos es celebrar el primero de enero, con un almuerzo familia.


Con mis compañeros una vez que termina el show y revisamos todo, ahí nos damos los abrazos. Antes yo me iba esa misma noche a Santa Cruz, pero un año me dormí al volante y desperté casi en la barrera de la carretera. Desde entonces me quedo en Santiago.


-¿Han tenido algún accidente?


-No. Solo cosas dentro de lo normal. Somos muy muy estrictos con eso. Tenemos muy buena relación con el equipo, ellos son mis amigos más que mis empleados, el grupo de trabajo es casi familiar, pero lo que es seguridad no se transa.


Lo que nos ha pasado aquí es que, como las bombas están muy cerca, el fuego de una enciende el de otra que todavía no está programada, entonces uno se preocupa. Una vez que salieron varias juntas después me decían qué maravilla ese momento; para todos fue espectacular pero para mí fue traumático.


-¿Cómo se sienten los fuegos acá arriba?


-La última media hora es la hora más larga del año, desde las once y media a las doce no pasa nunca. Como diez para las doce se escucha a la gente y se siente una cosa en el pecho, es un momento muy fuerte, muy especial.


Nosotros estamos un piso abajo de las bombas y no vemos los fuegos, pero escuchamos los gritos de la gente. Es impresionante y eso nos va dando la pauta de cómo va la cosa. Para el ruido usamos protectores, pero acá se mueve harto, como si estuviera temblando.


-¿Qué tiene de especial el show de la Torre Entel?


-Es único, porque es en altura y el espacio para colocar los fuegos es mínimo. En todo el mundo hay solo diez espectáculos pirotécnicos de altura porque es mucho más complicado. Con los años hemos ido aprovechando hasta los más mínimos espacios, por todos los anillos de la torre hacia afuera con fuegos chicos. Acá los efectos son los importantes y el desafío es el espacio, no podemos mover las antenas ni los focos. Además estamos en el centro cívico, tenemos La Moneda al lado, no puede caer nada, y a la vez que es un espectáculo de una responsabilidad grande porque es un espectáculo muy masivo.


-¿Aplica los conocimientos artísticos en los espectáculos?


-Claro, un poco en la mezcla de colores o de efectos. En otros lugares hacemos diseños, gráfica, por ejemplo ahora tengo unos fuegos en Villa O’Higgins, la última ciudad de la carretera austral, y ahí es todo verde, muy lindo, y ahí hicimos un Feliz Año todo rodeado de puras flores para dar otro colorido. Una vez hicimos unas carretas en la que las ruedas giraban y el cochero movía la fusta.


-¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?


-Me gusta que la gente está alegre, está de fiesta. Aunque haya problemas, siempre hay buen ánimo.


Tuve la suerte de tener unos padres muy especiales. La gran herencia fue el legado de prestigio y la relación con la gente con la que trabajo. Para ellos eran la mami y el papi. Muchos de ellos, estén donde estén a punto de iniciar un show pirotécnico, encienden una velita a la hora que murió mi madre.



Fuente
La Hora

Entel 4G

El hombre detrás de los fuegos artificiales de la Torre Entel

23 Ene, 2017

POR: Valentina De Solminihac

Hace más de 25 años que Héctor Acuña y su equipo se encargan del show pirotécnico de la Torre Entel para recibir el año nuevo. Ya tiene todo listo para el sábado.


A pocas horas de que terminara el año 2012 y cuando le quedaban solo algunas horas de vida, Adriana Lattapiat le mandó a decir a su hijo, Héctor Acuña, que pasara lo que pasara, ese 31 de diciembre él debía estar en su lugar. Y él le hizo caso.


Acuña estaba en la Torre Entel, haciendo las últimas coordinaciones del show de los fuegos artificiales que media hora más tarde tendría que encender, cuando le avisaron que su madre había muerto.


Acuña decidió seguir con su labor, la misma que realiza desde hace más de un cuarto de siglo y la misma que ejecutará la medianoche de este sábado, para dar la bienvenida a 2017.


“Subí a la torre y le conté a mi equipo. Les pedí que estuvieran alertas porque yo no sabía cuál iba a ser mi reacción porque era muy fuerte lo que estaba pasando, y si me cortaba que ellos siguieran. Pero lo hice increíblemente tranquilo. Después que terminó todo bajé a la Alameda, me senté en el suelo, en el bandejón central, lloré todo lo que tenía que llorar y cuando se despejó la calle partí a la clínica”.


Probablemente Lattapiat habría estado orgullosa y no habría querido que por ella su hijo faltara a uno de los compromisos más importantes del negocio familiar: la empresa más antigua de fuegos artificiales en Chile. Ella se había involucrado cien por ciento en el negocio, junto a su marido, quien a su vez lo había heredado de su padre, quien aprendió el oficio de un italiano que se vino a Chile huyendo de la Segunda Guerra Mundial.


-¿Cómo partió el negocio?


-Todo partió muy artesanal. Mi abuelo instaló una fábrica en Santiago y al poco tiempo se la llevó a Rengo, aprovechando un proyecto de industrialización en esa ciudad. Él murió joven y se hicieron cargo mi abuela y mi padre. Fabricaban fuegos chicos, que se vendían al público. Pero mi padre tenía un amigo, Rodolfo Soto – quien junto a Germán Becker fueron directores de los clásicos universitarios-, y a él se le ocurrió que los fuegos artificiales fueran parte de la escenografía. Como mi padre era un gran dibujante, él dibujaba lo que iban a presentar con los fuegos.


A mi papá le gustó más esa línea y formó su propia fábrica, dedicada a vender el espectáculo encendido. Cuando vino la ley que se terminaba la venta al público, el año 2000, fuimos la única fábrica que quedó.


-¿Cómo aprendió el oficio?


-Desde muy chico fui aprendiendo todo. Mi papá me mandaba a hacer cosas que nadie quería hacer y yo le preguntaba por qué tenía que hacerlas y él me decía si no aprendes nunca vas a poder mandar. Esto de los fuegos artificiales como que lo traía inyectado en el ADN. Siempre tuve claro que me iba a dedicar a esto.


De profesión soy Licenciado en Arte. También influenciado por mi padre, que dibujaba y pintaba. En la casa teníamos un taller donde había atriles, óleos. Creo que tuve primero pinceles que una pelota.


Mi padre me apoyó en la decisión y me hizo ver que como Licenciado en Arte podía hacer muchísimas cosas y así fue. Hice clases a grupos de adultos durante muchos años. Tuve un grupo de alumnas durante 18 años y les decía que iba a contratar un abogado para echarlas… En Santa Cruz -donde vivo- me construí un taller y llegué a hacerme un nombre. Pasando fin de año voy a diseñar una viña para turismo.


Trabajé en Estados Unidos decorando unos restoranes. Allá me ofrecieron quedarme, era una oferta muy atractiva, pero yo tenía claro que tenía que volver a hacerme cargo de la fábrica, ni lo pensé.


-¿Cuándo se hizo cargo de la fábrica?


-En 2006 mi papá se enfermó y ahí me hice cargo, con mi madre, que estaba muy metida en la fabricación, en las preparaciones de las mezclas, en la administración, importaciones, todo. Pero en 2010, que era un año muy especial, por el Bicentenario, en septiembre mi mamá me dijo que ellos llegaban hasta ahí con el negocio y entonces hicimos todos los trámites legales para que yo me hiciera cargo.


Ahí vi que había cosas demasiado artesanales, vi que había que ajustarse a los tiempos, usar más tecnología, ver la certificación 9001, en el diseño del espectáculo, en el montaje y fábrica. Viajé por primera vez a China -cuna de los fuegos artificiales- y empezamos a importar.


Desde entonces todos los años voy a comprar a China, como en marzo, con un compañero de trabajo, Benjamín Fuentes, que es como mi hermano chico, porque lleva 33 años en la empresa y mi papá lo formó. Vamos a Liuyang, una ciudad donde hay como mil fábricas de fuegos artificiales. La primera vez no pude dormir porque de repente la ventana se iluminaba porque estaban haciendo pruebas. Allí tienen un espacio como el Club Hípico, donde hacen las demostraciones, y le dicen este sector es para ti, pero uno no puede dejar de ver el de al lado.


-¿Ha cambiado mucho el negocio?


-Sí. Por ejemplo acá en la Torre Entel, hasta el año 2000 todo lo que se disparaba lo fabricábamos nosotros. El 2012 dejamos de fabricar y ahora importamos. Los primeros años aquí se prendía todo todo a mano, todo con fuego. Yo partía encendiendo, la primera serie, y después seguían otros. En 2010 empezamos a cambiar al sistema eléctrico y ahora es todo más controlado. Antes éramos 15 personas y ahora solo nos quedamos cinco personas en la torre la noche del 31.


-¿Cómo es pasar acá todos los 31 de diciembre?, ¿lo acompaña su familia?


-Mis hijas me han acompañado a otros espectáculos, y ahora ellas están a cargo, una en Pichilemu y otra en el Sheraton, que es muy especial porque fue mi primer trabajo a cargo. Mi esposa no me puede acompañar porque está con su mamá, que es anciana y delicada de salud. Lo que hacemos es celebrar el primero de enero, con un almuerzo familia.


Con mis compañeros una vez que termina el show y revisamos todo, ahí nos damos los abrazos. Antes yo me iba esa misma noche a Santa Cruz, pero un año me dormí al volante y desperté casi en la barrera de la carretera. Desde entonces me quedo en Santiago.


-¿Han tenido algún accidente?


-No. Solo cosas dentro de lo normal. Somos muy muy estrictos con eso. Tenemos muy buena relación con el equipo, ellos son mis amigos más que mis empleados, el grupo de trabajo es casi familiar, pero lo que es seguridad no se transa.


Lo que nos ha pasado aquí es que, como las bombas están muy cerca, el fuego de una enciende el de otra que todavía no está programada, entonces uno se preocupa. Una vez que salieron varias juntas después me decían qué maravilla ese momento; para todos fue espectacular pero para mí fue traumático.


-¿Cómo se sienten los fuegos acá arriba?


-La última media hora es la hora más larga del año, desde las once y media a las doce no pasa nunca. Como diez para las doce se escucha a la gente y se siente una cosa en el pecho, es un momento muy fuerte, muy especial.


Nosotros estamos un piso abajo de las bombas y no vemos los fuegos, pero escuchamos los gritos de la gente. Es impresionante y eso nos va dando la pauta de cómo va la cosa. Para el ruido usamos protectores, pero acá se mueve harto, como si estuviera temblando.


-¿Qué tiene de especial el show de la Torre Entel?


-Es único, porque es en altura y el espacio para colocar los fuegos es mínimo. En todo el mundo hay solo diez espectáculos pirotécnicos de altura porque es mucho más complicado. Con los años hemos ido aprovechando hasta los más mínimos espacios, por todos los anillos de la torre hacia afuera con fuegos chicos. Acá los efectos son los importantes y el desafío es el espacio, no podemos mover las antenas ni los focos. Además estamos en el centro cívico, tenemos La Moneda al lado, no puede caer nada, y a la vez que es un espectáculo de una responsabilidad grande porque es un espectáculo muy masivo.


-¿Aplica los conocimientos artísticos en los espectáculos?


-Claro, un poco en la mezcla de colores o de efectos. En otros lugares hacemos diseños, gráfica, por ejemplo ahora tengo unos fuegos en Villa O’Higgins, la última ciudad de la carretera austral, y ahí es todo verde, muy lindo, y ahí hicimos un Feliz Año todo rodeado de puras flores para dar otro colorido. Una vez hicimos unas carretas en la que las ruedas giraban y el cochero movía la fusta.


-¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?


-Me gusta que la gente está alegre, está de fiesta. Aunque haya problemas, siempre hay buen ánimo.


Tuve la suerte de tener unos padres muy especiales. La gran herencia fue el legado de prestigio y la relación con la gente con la que trabajo. Para ellos eran la mami y el papi. Muchos de ellos, estén donde estén a punto de iniciar un show pirotécnico, encienden una velita a la hora que murió mi madre.



Fuente
La Hora

Entel 4G